jueves, 7 de julio de 2011

cartas

Ha sido bien rico oirte. Te diré que este calorcito que he recibido y sigo recibiendo de mis amigos ha sido y sigue siendo muy bienvenido y alentador.

Ahí voy, tragando a diario mi ración de sapos y culebras; por suerte, cada día la dosis disminuye. Ha sido como un tsunami: primero correr a lo alto de la colina para ponerse a salvo, luego ver pasar la ola entre atónita y asustada y después de que se haya ido retirando empezar a tomar la medida de los estragos que ha dejado a su paso.

El martes, estuve en el local, ya mío y sólo mío, lo cual me produce cierto gusto, la libertad completa, ningún compromiso con nadie, aprender a usar y disfrutar de ese espacio a mi aire. Pensaba ponerme a trabajar. Y esto hice. Pero no de la manera que había pensado sino como la propensión de las cosas, como dicen mis nuevos amigos los clásicos chinos, lo indujeron. No me dio el cuerpo meterme en la escenografía, me quedé en el lugar del público, mirando y remirando… cuando entré, me dí cuenta de que, en la pared del fondo que se ha pintado de negro se había despegado un cartón de huevos dejando un hueco blanco. Y me gustó. Debió de seguir caminando en mi cabezita porque esta mañana me desperté pensando _es mucho decir, más bien jirones de ideas_ en que habría que trabajar también una cierta deshechura, desconstrucción, bueno des algo, de ese espacio escénico. No sé aún cómo por supuesto.
Voy lento, muy lento. De hecho, después de haberme pasado dos o tres horas allí, en ese local _por suerte, vino una muchacha muy linda, amiga de una amiga de Quim. Está terminando la carrera de arquitectura pero sus primeros amores son el teatro y quiere ver como regresar a él mediante la escenografía. Estuvimos conversando y, la verdad, me vino bien. Comprendí luego que me ayudó, en ese primer día que había decidido volver al local para emprender una nueva historia a partir de esta última y partiendo de la pérdida, a irme despegando de la historia anterior, de aquella Celestina que ya es aquélla, muerta y enterrada definitivamente.

Antes del tsunami, ya había pensado que precisamente a partir de ahora, luego de haber rodado algo el espectáculo iba a poder dedicar algo de tiempo y energía para empezar a moverme para poder retomarlo el año que viene en mejores condiciones de comunicación. Y claro, es lo que estoy haciendo. Lo cual representa un esfuerzo muy grande para mí pero también un logro. De todas maneras, lo quería hacer. Y, míra tú por donde, casi casi me siento más cómoda así. Más segura. La seguridad que da la libertad.
Y ¡que me quiten lo bailado! Esa Celestina ha recibido muchos piropos, pero muchos. Poco público, pero encantado. Lo cual también es lo que me movió a decidir que iba a moverme para darle mucho más vuelo. La seguridad que he ganado por haber llevado a buen puerto ese proyecto, no me la quita nadie. Y ahora, la estoy revirtiendo en mí solita. El otro día, estaba conversando con los músicos, contándoles cómo iba a ir el nuevo montaje que estoy planeando de una Celestina incorporando la pérdida y dijo uno: ah, hasta pueda resultar más interesante. Y te diré que también lo creo yo. Por último, muere un espectáculo, ¡que viva el nuevo!

Y por suerte, todo esto ha sucedido en lo mejor del verano y sabes que a mí el calor me anima. Me siento con fuerza, viva. Creo que con frio, sólo hubiese alcanzado a ovillarme debajo del edredón y esperar la primavera.

Te mando muchos abrazos y … bueno, ya sabes,

María