martes, 31 de marzo de 2020

Encierro en Quito 11

Lunes 30 de marzo.



Está cayendo la noche ebneste alto valle ecuatorial. Día grís, nublado, friecito. Larga conversación por teléfono con Coca. Comentamos cómo vamos entrando en esta tercera semana de encierro. Es realmente difícil hablar de otras cosas. Cuando acaba el día me pregunto por qué me siento cansada. Creo que es tanta la realidad que se debe incorporar que eso es lo que cansa. Por ejemplo ¿cómo incorporar que, en este momento, hay más de 3.000 millones y medio de gentes encerradas, que la UE se desmorona, que casi todo el planeta está paralizado por el miedo, la inseguridad, el afán de noticias y el descorazonamiento ante tanta palabra huera, la sospecha, más que sospecha que se están cociendo cosas muy feas de las que no sabemos casi nada salvo la certidumbre que nos caerán encima tarde o temprano cuando lo único que veo del mundo es este parquecito desierto atisbado desde mi ventana?

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Martes 31 de marzo.

Es mediodía. Y garuando. Vuelvo del banco. Una vuelta por la ciudad: Amazonas con todo cerrado, incluso el hotel Colón que hace fú no es colón sino Hilton. Ciudad muerta. Aproveché para volver por la 9 de octubre, calle por la que no había transitado hasta la fecha por ser una de las calles más cargadas de tráfico, buses que escupen unos humos negros horrorosos, y hoy, vacía.

Me gustó caminar con llovizna. Una sensación agradable aquella aguita que apenas alcanzaba a mojar, sensación de fresco, de limpio… y si no era más que una sensación, pues, que me quiten lo bailado.

No me acostumbro a pasear entre máscaras. Echo de menos, y mucho, ver caras.

Aquí, las cosas se están poniendo color café oscuro. Hoy, en el UNIVERSO, diario de Guayaquil, un artículo tremebundo para contar que ya aparecen cadáveres abandonados en las calles de Guayaquil. Según el mismo artículo, parece que la burguesía de Guayaquil se está movilizando con la clara intención de demostrar al pais que, una vez más, no son como los serranos, que ellos sí son eficaces y un largo etc… ¡qué pereza!

Así y todo, estoy disfrutando con ANA KARENINA. Tolstoi como Balzac, a un siglo de distancia, cuenta más que historias personales, un mundo.
Y, antes de dormir, sigo leyendo EL HOMBRE QUE HABLABA DE OCTAVIA DE CADIZ, de Bryce Echenique, deliciosa. Así, después de haberme reido, me duermo pacíficamente.